El sauce
Anna Ajmátova
Y
el manojo de árboles vetustos
Pushkin
Crecí
en medio de un silencio de arabescos,
en la habitación infantil
y fría del joven siglo.
No me era grata la voz de los
hombres,
solo entendía la del viento.
Yo amaba la ortiga y
la bardana,
pero por encima de todo, al sauce
plateado.
Agradecido, él vivió siempre junto a mí,
sus
ramas sollozantes
cubrían de sueños mi insomnio.
Y,
extrañamente, le he sobrevivido.
Afuera el tronco cercenado
permanece
mientras otros sauces con voces alienadas
algo
dicen bajo nuestro cielo.
Y yo guardo silencio…
como si
hubiera muerto un hermano.
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