Para
quien todavía no lo sepa la noche del 31 de octubre se celebra, sobre todo en
países anglosajones, una fiesta de origen celta conocida como Noche de brujas,
Día de brujas o Halloween. Desde que inicié el blog suelo publicar alguna entrada especial relacionada con esta fecha este año no tenía pensado hacer nada especial pero al final he decidido leer a uno de mis autores
favoritos Oscar Wilde con el El fantasma de
Canterville un título con el que no se si pasaré miedo pero seguro que disfrutaré con la lectura de este clásico.
¿Y para vosotros cual es vuestro autor o
libro de terror favorito?
El fantasma de Canterville - Oscar Wilde
Cuando
el señor Hiram B. Otis, el ministro de Estados Unidos, compró
Canterville-Chase, todo el mundo le dijo que cometía una gran necedad, porque
la finca estaba embrujada.
Hasta
el mismo lord Canterville, como hombre de la más escrupulosa honradez, se creyó
en el deber de participárselo al señor Otis cuando llegaron a discutir las
condiciones.
-Nosotros
mismos -dijo lord Canterville- nos hemos resistido en absoluto a vivir en ese
sitio desde la época en que mi tía abuela, la duquesa de Bolton, tuvo un
desmayo, del que nunca se repuso por completo, motivado por el espanto que
experimentó al sentir que dos manos de esqueleto se posaban sobre sus hombros,
mientras se vestía para cenar. Me creo en el deber de decirle, señor Otis, que
el fantasma ha sido visto por varios miembros de mi familia, que viven
actualmente, así como por el rector de la parroquia, el reverendo Augusto
Dampier, agregado de la Universidad de Oxford. Después del trágico accidente
ocurrido a la duquesa, ninguna de las doncellas quiso quedarse en casa, y lady
Canterville no pudo ya conciliar el sueño, a causa de los ruidos misteriosos
que llegaban del corredor y de la biblioteca.
-Señor
-respondió el ministro-, adquiriré el inmueble y el fantasma, bajo inventario.
Llego de un país moderno, en el que podemos tener todo cuanto el dinero es
capaz de proporcionar, y esos mozos nuestros, jóvenes y avispados, que recorren
de parte a parte el viejo continente, que se llevan los mejores actores de
ustedes, y sus mejores prima donnas, estoy seguro de que si queda todavía un
verdadero fantasma en Europa vendrán a buscarlo enseguida para colocarlo en uno
de nuestros museos públicos o para pasearlo por los caminos como un fenómeno.
-El
fantasma existe, me lo temo -dijo lord Canterville, sonriendo-, aunque quizá se
resiste a las ofertas de los intrépidos empresarios de ustedes. Hace más de
tres siglos que se le conoce. Data, con precisión, de mil quinientos setenta y
cuatro, y no deja de mostrarse nunca cuando está a punto de ocurrir alguna
defunción en la familia.
-¡Bah!
Los médicos de cabecera hacen lo mismo, lord Canterville. Amigo mío, un
fantasma no puede existir, y no creo que las leyes de la Naturaleza admitan
excepciones en favor de la aristocracia inglesa.
-Realmente
son ustedes muy naturales en Estados Unidos -dijo lord Canterville, que no
acababa de comprender la última observación del señor Otis-. Ahora bien: si le
gusta a usted tener un fantasma en casa, mejor que mejor. Acuérdese únicamente
de que yo lo previne.
Algunas
semanas después se cerró el trato, y a fines de estación el ministro y su
familia emprendieron el viaje a Canterville.
La
señora Otis, que con el nombre de señorita Lucrecia R. Tappan, de la calle
Oeste, 52, había sido una ilustre "beldad" de Nueva York, era todavía
una mujer guapísima, de edad regular, con unos ojos hermosos y un perfil
soberbio.
Muchas
damas norteamericanas, cuando abandonan su país natal, adoptan aires de persona
atacada de una enfermedad crónica, y se figuran que eso es uno de los sellos de
distinción de Europa; pero la señora Otis no cayó nunca en ese error. Tenía
una naturaleza magnífica y una abundancia extraordinaria de vitalidad.
A
decir verdad, era completamente inglesa bajo muchos aspectos, y hubiese podido
citársele en buena lid para sostener la tesis de que lo tenemos todo en común
con Estados Unidos hoy en día, excepto la lengua, como es de suponer.
Su
hijo mayor, bautizado con el nombre de Washington por sus padres, en un momento
de patriotismo que él no cesaba de lamentar, era un muchacho rubio, de bastante
buena figura, que se había erigido en candidato a la diplomacia, dirigiendo un
cotillón en el casino de Newport durante tres temporadas seguidas, y aun en
Londres pasaba por ser bailarín excepcional. Sus
únicas debilidades eran las gardenias y la patria; aparte de esto, era
perfectamente sensato.
La
señorita Virginia E. Otis era una muchachita de quince años, esbelta y graciosa
como un cervatillo, con un bonito aire de despreocupación en sus grandes ojos
azules.
Era
una amazona maravillosa, y sobre su caballito derrotó una vez en carreras al
viejo lord Bilton, dando dos veces la vuelta al parque, ganándole por caballo y
medio, precisamente frente a la estatua de Aquiles, lo cual provocó un
entusiasmo tan delirante en el joven duque de Cheshire, que le propuso acto
continuo el matrimonio, y sus tutores tuvieron que expedirlo aquella misma
noche a Elton, bañado en lágrimas.
Después
de Virginia venían dos gemelos, conocidos de ordinario con el nombre de
Estrellas y Bandas, porque se les encontraba siempre ostentándolas.
Eran
unos niños encantadores, y, con el ministro, los únicos verdaderos republicanos
de la familia.
Como
Canterville-Chase está a siete millas de Ascot, la estación más próxima, el
señor Otis telegrafió que fueran a buscarlo en coche descubierto, y
emprendieron la marcha en medio de la mayor alegría. Era una noche encantadora
de julio, en que el aire estaba aromado de olor a pinos.
De
cuando en cuando se oía una paloma arrullándose con su voz más dulce, o se
entreveía, entre la maraña y el frufrú de los helechos, la pechuga de oro
bruñido de algún faisán.
Ligeras
ardillas los espiaban desde lo alto de las hayas a su paso; unos conejos
corrían como exhalaciones a través de los matorrales o sobre los collados
herbosos, levantando su rabo blanco.
Sin
embargo, no bien entraron en la avenida de Canterville-Chase, el cielo se
cubrió repentinamente de nubes. Un extraño silencio pareció invadir toda la
atmósfera, una gran bandada de cornejas cruzó calladamente por encima de sus
cabezas, y antes de que llegasen a la casa ya habían caído algunas gotas.
En
los escalones se hallaba para recibirlos una vieja, pulcramente vestida de seda
negra, con cofia y delantal blancos.
Era
la señora Umney, el ama de llaves que la señora Otis, a vivos requerimientos de
lady Canterville, accedió a conservar en su puesto.
Hizo
una profunda reverencia a la familia cuando echaron pie a tierra, y dijo, con
un singular acento de los buenos tiempos antiguos:
-Les
doy la bienvenida a Canterville-Chase.
La
siguieron, atravesando un hermoso vestíbulo de estilo Túdor, hasta la biblioteca,
largo salón espacioso que terminaba en un ancho ventanal acristalado.
Estaba
preparado el té.
Luego,
una vez que se quitaron los trajes de viaje, se sentaron todos y se pusieron a
curiosear en torno suyo, mientras la señora Umney iba de un lado para el otro.
De
pronto, la mirada de la señora Otis cayó sobre una mancha de un rojo oscuro que
había sobre el pavimento, precisamente al lado de la chimenea y, sin darse
cuenta de sus palabras, dijo a la señora Umney:
-Veo
que han vertido algo en ese sitio.
-Sí,
señora -contestó la señora Umney en voz baja-. Ahí se ha vertido sangre.
-¡Es
espantoso! -exclamó la señora Otis-. No quiero manchas de sangre en un salón.
Es preciso quitar eso inmediatamente.
La
vieja sonrió, y con la misma voz baja y misteriosa respondió:
-Es
sangre de lady Leonor de Canterville, que fue muerta en ese mismo sitio por su
propio marido, Simón de Canterville, en mil quinientos sesenta y cinco. Simón
la sobrevivió nueve años, desapareciendo de repente en circunstancias
misteriosísimas. Su cuerpo no se encontró nunca, pero su alma culpable sigue
embrujando la casa. La mancha de sangre ha sido muy admirada por los turistas y
por otras personas, pero quitarla, imposible.
-Todo
eso son tonterías -exclamó Washington Otis-. El detergente y quitamanchas marca
"Campeón Pinkerton" hará desaparecer eso en un abrir y cerrar de
ojos.
Y
antes de que el ama de llaves, aterrada, pudiera intervenir, ya se había
arrodillado y frotaba vivamente el entarimado con una barrita de una sustancia
parecida a un cosmético negro. A los pocos instantes la mancha había desaparecido
sin dejar rastro.
-Ya
sabía yo que el "Campeón Pinkerton" la borraría -exclamó en tono
triunfal, paseando una mirada circular sobre su familia, llena de admiración.
Pero
apenas había pronunciado esas palabras, cuando un relámpago formidable iluminó
la estancia sombría, y el retumbar del trueno levantó a todos, menos a la
señora Umney, que se desmayó.
-¡Qué
clima más atroz! -dijo tranquilamente el ministro, encendiendo un largo
cigarro-. Creo que el país de los abuelos está tan lleno de gente, que no hay
buen tiempo bastante para todo el mundo. Siempre opiné que lo mejor que pueden
hacer los ingleses es emigrar.
-Querido
Hiram -replicó la señora Otis-, ¿qué podemos hacer con una mujer que se
desmaya?
-Descontaremos
eso de su salario en caja. Así no se volverá a desmayar.
En
efecto, la señora Umney no tardó en volver en sí. Sin embargo, se veía que estaba
conmovida hondamente, y con voz solemne advirtió a la señora Otis que debía
esperarse algún disgusto en la casa.
-Señores,
he visto con mis propios ojos algunas cosas... que pondrían los pelos de punta
a cualquier cristiano. Y durante noches y noches no he podido pegar los ojos a
causa de los hechos terribles que pasaban.
A
pesar de lo cual, el señor Otis y su esposa aseguraron vivamente a la buena
mujer que no tenían miedo ninguno de los fantasmas.
La
vieja ama de llaves, después de haber impetrado la bendición de la Providencia
sobre sus nuevos amos y de arreglárselas para que le aumentasen el salario, se
retiró a su habitación renqueando.
A mí es un género que no me apasiona así que lo tengo un tanto abandonado
ResponderEliminarBesos
No lo he leído, pero tengo muchas ganas de estrenarme con Wilde!! Mi libro de terror favorito..hmmm...Creo que de momento el que me ha puesto más los pelos de punta ha sido El Resplandor. Un beso
ResponderEliminarNo suelo leer terror, así que no tengo un autor de referencia. Sin embargo, estoy detrás de leer a Wilde, a Poe, y algún clásico más. Disfruta de la lectura :)
ResponderEliminarUn beso!
Me encantan los relatos de terror pero no sabría decantarme por uno. Estoy esperando con impaciencia lo nuevo de Stephen King que se estrena en noviembrebesos Rocio
ResponderEliminarLa verdad es que no sé que decirte del género. NO he leído nada de terror que yo recuerde. De hecho este año me estrené con Stephen King pero no fueron libros de terror. Este mes voy a leer alguno más que me han recomendado a ver si me gusta esta faceta del autor.
ResponderEliminarBs.
Yo me entretenía leyendo a Jack Londo, no es muy terrorífico pero si que me provocaba angustia jajajaj
ResponderEliminarUn fragmento precioso. Intrigante y no desprovisto de cinismo y humor british. El fantasma existe, lo sabe todo el mundo. Y sin embargo los americanos tan realistas y prácticos no creen sino en lo palpable, viven el presente. La dualidad mente inglesa - mente americana está ahí y provoca situaciones cómicas y a la vez espeluznante. Wilde, un genio. La novela, memorable. La anciana ama de llaves, un personaje único en su especie ;) Aunque puestos a pasar miedo, me quedo con Los perros de Baskerville de sir Arthur Conan Doyle. Gracias, Rocío, por un rato de lo más siniestro. Besos.
ResponderEliminarPoe, sin duda. Y de sus cuentos El barril de Amontillado.
ResponderEliminarBesines,
Soy de las que se asustan con poco, así que literatura de terror es ahora (grandecita) que estoy en ello, me quedo con Poe y su gato negro, por decirte alguno que se me venga a la cabeza.
ResponderEliminarBesos
Jejeje ese libro es genial. Miedo no creo que pases, en todo caso pasará miedo el fantasma con esos terribles gemelos jejeje. Besos
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